Papá, ¿quién es ése?
Facundo tiene apenas 9 años. Como el resto de su familia, cada vez que los horarios del baby se lo permiten, ahí está, en algún rinconcito de la cancha, soñando y sufriendo por su Chicago querido. Observa extrañado que hoy ocurre algo distinto. Desde distintos sectores de la tribuna, los hinchas, esa gente grande que inconscientemente va modelando los sentimientos futboleros de Facundo, se la toman con un personaje ubicado en el banco de suplentes visitante.
Pero, ¿por qué los insultos? ¿Por qué las dedicatorias y bromas? ¿Por qué semejante exasperación con ése que está ahí? ¿Quién lo conoce?
- Papá, ¿quién es ése?
El padre acaricia la cabeza de su hijo y sonríe. Él ni lo insulta, ni lo carga. Pero festeja cada broma que brota con la frescura y ocurrencia que tienen los habitantes del cemento verdinegro.
- ¿Quién es ése, pa? – insiste Facu.
- Pascutti
- ¿Y por qué no lo queremos?
- Por que es un hijo de remil…es mala persona.
-¿Qué hizo?
- Nada. Jugó en todos los clubes que le tenemos bronca y… siempre nos desafiaba…
- ¿Cómo?
- Y… Se besaba la camiseta de otros mirándonos a nosotros. Nos gritaba los goles en la cara, hasta los que él no hacía. De hecho yo no me acuerdo que alguna vez nos haya hecho un gol. Lo que sí me acuerdo que en la cancha del Porve un día lo rompió a Maurín, un chico de las inferiores y cuando la gente se lo reprochaba él los miraba desafiante y se reía. Desde ahí, cada vez que jugaba con nosotros, tenía un partido especial. Salía a la cancha antes que sus compañeros para calentar a la gente. Nos hacía gestos, nos provocaba. Era así, un pobre gil. Se moría de ganas por jugar en Chicago, pero declaraba que nunca se pondría nuestra camiseta.
-igual, por más que él quiera, Chicago no lo iba a comprar nunca ¿no?…
- Claro…
El padre acaricia la cabeza de su hijo y sonríe. Él ni lo insulta, ni lo carga. Pero festeja cada broma que brota con la frescura y ocurrencia que tienen los habitantes del cemento verdinegro.
- ¿Quién es ése, pa? – insiste Facu.
- Pascutti
- ¿Y por qué no lo queremos?
- Por que es un hijo de remil…es mala persona.
-¿Qué hizo?
- Nada. Jugó en todos los clubes que le tenemos bronca y… siempre nos desafiaba…
- ¿Cómo?
- Y… Se besaba la camiseta de otros mirándonos a nosotros. Nos gritaba los goles en la cara, hasta los que él no hacía. De hecho yo no me acuerdo que alguna vez nos haya hecho un gol. Lo que sí me acuerdo que en la cancha del Porve un día lo rompió a Maurín, un chico de las inferiores y cuando la gente se lo reprochaba él los miraba desafiante y se reía. Desde ahí, cada vez que jugaba con nosotros, tenía un partido especial. Salía a la cancha antes que sus compañeros para calentar a la gente. Nos hacía gestos, nos provocaba. Era así, un pobre gil. Se moría de ganas por jugar en Chicago, pero declaraba que nunca se pondría nuestra camiseta.
-igual, por más que él quiera, Chicago no lo iba a comprar nunca ¿no?…
- Claro…
Se hace una pausa y los dos se quedan pensando. Mientras seguía acumulando información que le llegaba de todos los sectores de la cancha a su disco rígido, la cabecita de Facu trataba de interpretar lo que el padre le contó sumado a lo que la gente gritaba. Sin embargo el papá sabía que había algo más para contarle a su hijo. Algo que verdaderamente lo mortificaba. Cuando no aguantó más, tomó coraje y se lo dijo.
-¡Pero este hijo de puta al final se puso el buzo! –sentenció el padre.
Facundo lo miró entre absorto y sorprendido, por un instante le pareció que el estadio se hubiera enmudecido y, con algo de temor, apenas se animó a preguntar.
-¿Qué buzo?
-El de Chicago. Fue técnico.
El silencio corrió entre los dos como el agua de un cubito que se va derritiendo. Ninguno dijo nada. Facundo trató de procesar rápido lo que acababa de oír y entonces retomó el cuestionario.
-Pero cómo ¿quién lo trajo?
-Que sé yo. Hay cosas que no se pueden explicar… la cosa es que este sorete fue técnico de Chicago. En esa época era el técnico de moda, el más nombrado del ascenso, el que todos querían tener… Chicago estaba complicado con el promedio y lo contrataron.
-Y la gente ¿qué dijo?
-Y nada… viste como es la gente. Algunos puteamos a los cuatro vientos, otros puteaban por lo bajo y otros se ilusionaban con que iba a revertir con un ascenso toda la bronca que le teníamos. Lo tenías que ver besándose el escudo al caradura, me acuerdo y me cruje el estómago… Pero por suerte duró menos que lo que le dura una novia a Ricardo Fort y antes de las diez fechas se fue a la mierda…
Facundo mira un punto en el espacio tratando de entender lo inentendible para la pureza de sus nueve añitos.
-¿Pero es como si un día trajeran a Bazán Vera?- reflexionó.
- Algo así.
- Pero eso no va a pasar, yo me voy a la mierda…
Facundo lo miró entre absorto y sorprendido, por un instante le pareció que el estadio se hubiera enmudecido y, con algo de temor, apenas se animó a preguntar.
-¿Qué buzo?
-El de Chicago. Fue técnico.
El silencio corrió entre los dos como el agua de un cubito que se va derritiendo. Ninguno dijo nada. Facundo trató de procesar rápido lo que acababa de oír y entonces retomó el cuestionario.
-Pero cómo ¿quién lo trajo?
-Que sé yo. Hay cosas que no se pueden explicar… la cosa es que este sorete fue técnico de Chicago. En esa época era el técnico de moda, el más nombrado del ascenso, el que todos querían tener… Chicago estaba complicado con el promedio y lo contrataron.
-Y la gente ¿qué dijo?
-Y nada… viste como es la gente. Algunos puteamos a los cuatro vientos, otros puteaban por lo bajo y otros se ilusionaban con que iba a revertir con un ascenso toda la bronca que le teníamos. Lo tenías que ver besándose el escudo al caradura, me acuerdo y me cruje el estómago… Pero por suerte duró menos que lo que le dura una novia a Ricardo Fort y antes de las diez fechas se fue a la mierda…
Facundo mira un punto en el espacio tratando de entender lo inentendible para la pureza de sus nueve añitos.
-¿Pero es como si un día trajeran a Bazán Vera?- reflexionó.
- Algo así.
- Pero eso no va a pasar, yo me voy a la mierda…
El padre no contesta. Sólo sonríe y vuelve a acariciarle la cabeza.
-Igual aquella historia tuvo un final feliz- retomó la charla el papá.
-¿Qué final?
-Cuando éste se fue, todos pensaban que Chicago se derrumbaba. Vinieron el Cholo y Traverso por un par de fechas. Pero Chicago empezó a ganar. Nos salvamos del descenso y subimos a Primera con ellos. Justo el año que vos naciste.
- ¿Y él?
- Ésa fue la frutilla del postre. Buscando revancha, a la semana que se fue de acá, firmó para all gays y empezó a dirigir a los de floresta para salvarlos a ellos, pero no pudo. Ese mismo año mientras nosotros subíamos sin él a Primera, él se iba a la B con el club de sus amores…
-Igual aquella historia tuvo un final feliz- retomó la charla el papá.
-¿Qué final?
-Cuando éste se fue, todos pensaban que Chicago se derrumbaba. Vinieron el Cholo y Traverso por un par de fechas. Pero Chicago empezó a ganar. Nos salvamos del descenso y subimos a Primera con ellos. Justo el año que vos naciste.
- ¿Y él?
- Ésa fue la frutilla del postre. Buscando revancha, a la semana que se fue de acá, firmó para all gays y empezó a dirigir a los de floresta para salvarlos a ellos, pero no pudo. Ese mismo año mientras nosotros subíamos sin él a Primera, él se iba a la B con el club de sus amores…
Facundo sonrió aliviado, como si se tratara del final feliz de un cuento de terror. Y mientras ambos sufrían con el partido que hasta ahí no se podía ganar, el papá volvió a encontrar en los ojos de su hijo un sentimiento conocido. El más crudo sentimiento de hincha.
El partido no se termina. Parece un empate clavado y se hace tarde para ir al baby. Estamos en descuento y tenemos un tiro libre a favor. El gol agónico del Mudo funde en un abrazo estremecedor al padre y al hijo que, entre sonrisas y lágrimas, deliran por su simple condición de hinchas.
Es el final. Un tumulto en el banco de suplentes visitante llama la atención de todos especialmente de Facundo, que no ha dejado de mirar ese lugar en cuanta pausa hubo y en brazos de su padre canta con el resto de la gente.”es para vos, es para vos, Pasc… p… la p… que te p…”
Ya en el baby y con las pulsaciones normalizadas, el padre piensa que tal vez no esté bien contagiar a su hijo de semejante veneno. Pero también sabe y entiende, que con el sentimiento más puro del hincha, no se juega. Salud Beto.
El partido no se termina. Parece un empate clavado y se hace tarde para ir al baby. Estamos en descuento y tenemos un tiro libre a favor. El gol agónico del Mudo funde en un abrazo estremecedor al padre y al hijo que, entre sonrisas y lágrimas, deliran por su simple condición de hinchas.
Es el final. Un tumulto en el banco de suplentes visitante llama la atención de todos especialmente de Facundo, que no ha dejado de mirar ese lugar en cuanta pausa hubo y en brazos de su padre canta con el resto de la gente.”es para vos, es para vos, Pasc… p… la p… que te p…”
Ya en el baby y con las pulsaciones normalizadas, el padre piensa que tal vez no esté bien contagiar a su hijo de semejante veneno. Pero también sabe y entiende, que con el sentimiento más puro del hincha, no se juega. Salud Beto.
Autor: Marcelo Antar
Cualquier semejanza con la realidades mera coincidencia